Yo también me senté, dejando la lanza entre ambos, y traté de explicarle cómo había llegado a Pellucidar, y de dónde; pero le fue tan imposible captar y creer el extraño relato como me temo que lo sea para los habitantes de la corteza exterior el creer en la existencia del mundo interior. Le parecía sumamente ridículo imaginar que hubiese otro mundo bajo sus pies, habitado por seres similares a él, de manera que empezó a reír ruidosamente cuanto más pensaba en aquella posibilidad. Pero siempre ha sido así. Todo aquello que no entra en el campo de nuestra insignificante y magra experiencia no puede existir. Nuestras mentes finitas no pueden comprender lo que no está en concordancia con las condiciones que conocemos sobre este grano de polvo que traza su derrotero a través de los astros del universo: esta húmeda fécula que con tanto orgullo llamamos «Tierra».

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